Reflexión dominical: Hechos 20:17–35 / Apocalipsis 7:9–17 / Juan 10:22–30
Jesús, el Hijo de Dios, vino del Padre y se hizo carne entre nosotros para redimirnos a nosotros, sus ovejas. Jesús entregó su vida por nosotros y la retomó para darnos la vida eterna. Mediante la predicación de su Evangelio, llama a sus ovejas hacia sí mismo y las mantiene con Él para siempre.
Al oír su voz y seguirle, «no perecerán jamás» (Juan 10:28), porque «nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre» (Juan 10:29). Del mismo modo, los sacerdotes fieles son «como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la sangre de su propio hijo» (Hechos 20:28), «dando testimonio tanto a judíos como a griegos para que se convirtieran a Dios y creyeran en nuestro Señor Jesús» (Hechos 20:21).
Por eso, con toda la compañía del cielo, el Buen Pastor reúne a su rebaño en adoración, mientras claman: «¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!» (Apocalipsis 7:10).
Autor: Reverendo Mario Sánchez Caballero
Citas bíblicas: Biblia de Jerusalén 1998 ©