Reflexión dominical: Génesis 11: 1–9 / Hechos 2: 1-11 / Juan 14: 23–31
Después del diluvio, los descendientes de Noé no se extendieron y llenaron la tierra como Dios había ordenado. Más bien, se exaltaron a sí mismos; con «mismo lenguaje e idénticas palabras» (Génesis 11: 1) hablaron con orgullo y arrogancia. Dios los humilló confundiendo «el lenguaje de todo el mundo», dividiendo y dispersando a la gente (Génesis 11: 9).
Esa dispersión fue revertida en el Día de Pentecostés (el quincuagésimo día de Pascua), cuando Dios hizo que el único Evangelio de Jesucristo se predicara en una multitud de idiomas. «Al producirse aquel ruido la gente se congregó» (Hechos 2: 6), porque la predicación de Cristo es la obra principal del Espíritu Santo, mediante la cual reúne a personas de todas las naciones en una sola Iglesia católica.
El Espíritu Santo enseña y nos recuerda las palabras de Jesús, que son las palabras del Padre que lo envió. Estas palabras conceden perdón y paz a aquellos que los guardan y se aferran a ellos en amor por Jesús. «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Juan 14:27).
Autor: Reverendo Mario Sánchez
Citas bíblicas: Biblia de Jerusalén, 1998 ©