Fiesta de Pentecostés

 

Fray Juan Bautista (1615-1620) – Dominio Público

DOMINGO DE PENTECOSTÉS

INTROITO
Sabiduría 1:7; Salmo 67:2
EPÍSTOLA
Hechos 2:1-11
ALELUYA
Salmo 103:30
EVANGELIO
Juan 14:23-31

Reflexión dominical

No siempre es fácil comprender el papel del Espíritu Santo en nuestras vidas como cristianos. A veces nuestra comprensión parece “elevada”, hasta el punto de ser vaga. En la siguiente pequeña meditación intentaré dilucidar el papel del Espíritu a través de tres preguntas: ¿Quién es el Espíritu? ¿Qué hace el Espíritu? ¿Cuál es la relación entre el Espíritu y la Iglesia?

El Espíritu Santo

El apóstol Pablo explica cómo el Espíritu “lo escudriña todo, hasta lo más recóndito de los designios de Dios… sólo el Espíritu de Dios conoce todo acerca de Dios” (1 Cor. 2:10s). El apóstol Pedro lo aclara aún más al afirmar que “Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo” (Hch 10:38). Sin embargo, en la historia de la salvación, la presencia del Espíritu Santo no se representa de forma personal, sino con la ayuda de imágenes simbólicas. Cuando Jesús fue bautizado, el Espíritu descendió como una “paloma” (Mt. 3:16, Jn. 1:32). En Pentecostés, el Espíritu se hizo presente como un “fuerte viento” y en forma de “lenguas de fuego” (Hch. 2:2s).

¿Qué hace el Espíritu por nosotros?

Estas metáforas cambiantes nos ayudan a comprender que el Espíritu no actúa por su cuenta. El Espíritu permanece en cierto modo “anónimo”, pues viene a nosotros señalando a Cristo como Salvador de todos los hombres. San Juan cita a Jesús diciendo: “No habla por su cuenta, sino que dirá lo que oiga” (Jn 16,13). De este modo, podemos saber quién es el Espíritu por lo que hace. El Espíritu es la luz en la que se ve a Jesús como Hijo del Padre. El Espíritu recibe del Padre la autoridad y el poder para comunicar al Hijo. Por eso, en la economía de la salvación, el Espíritu es al mismo tiempo Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo (Rom 8,9).

El Espíritu y la Iglesia

Al servicio de nuestra salvación, el Espíritu viene a nosotros como nuestro Abogado demostrando al mundo que está equivocado sobre el pecado y recordándonos lo que Cristo enseñó a los apóstoles (Jn 14:26, 16:7s). Asimismo, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad intercediendo por nosotros con suspiros demasiado profundos para las palabras (Rm 8, 25). Además, el Espíritu guía a la Iglesia en su ministerio por el mundo (Hch 10:19s, 13:2).

Al mismo tiempo que el Espíritu trabaja y ora por nosotros, estamos llamados a ponernos a su servicio. San Pablo nos instruye sin rodeos: “Dejad que el Espíritu dirija vuestras vidas” (Ga 5,16). Y en otro lugar nos amonesta a que, llenos del Espíritu, nos cantemos unos a otros con salmos e himnos y cánticos espirituales y ofrezcamos alabanzas al Señor (Ef 5,18s). Si los “gemidos inefables” del Espíritu son “demasiado profundos para las palabras”, nos inspira en cambio a hablar por él. Así, en su testimonio y alabanza, la Iglesia dará voz al Espíritu.

Dirigirse al Señor

En las palabras finales de la Biblia, la relación entre el Espíritu y la Iglesia se expresa como un diálogo, cuando el Espíritu y la Iglesia se dirigen conjuntamente a Cristo en su gloria: “El Espíritu y la Esposa dicen: Ven” (Ap 22,17). Al final de nuestro tiempo, el Espíritu pronuncia palabras de consuelo asegurándonos: “Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14,13).

¡Feliz Pentecostés!

+El Reverendísimo Dr. Roald Nikolai Flemestad
Obispo de la Iglesia Católica Nórdica.

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