PROPIOS DE LA MISA | |
PROFECÍA | Jeremías 22:13-19 |
SALMO | Salmo 55 (54):7.6 |
EPISTOLA | Gálatas 5:14–6:2 |
EVANGELIO | San Lucas 16:19–17:4 |
LAUDES | Salmo 78 (77):1 |
Reflexión dominical
Cuando el mendigo llamado Lázaro falleció, los ángeles lo condujeron al seno de Abrahán, ya que era verdadero descendiente de Abrahán. Al igual que Abrahán, él había creído en el Señor, y su fe “le fue contada como justicia” (Génesis 15:6). El nombre Lázaro significa “Dios es mi ayuda”.
Por contraste, el hombre rico, sin nombre, no sentía amor ni confianza hacia Dios. Esto se evidenciaba en su indiferencia hacia el mendigo que sufría a su puerta, padeciendo hambre. Esta actitud coincide con la enseñanza que dice: “Si alguien afirma: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1º Juan 4:20).
El individuo que apreciaba y depositaba su confianza en riquezas y prestigio falleció y sufrió tormentos en el Hades (infierno) (Lucas 16:19-31). El arrepentimiento y la fe son frutos que brotan a través de la guía de Moisés y los profetas, es decir, a través de la Palabra de Dios. Esta Palabra nos conduce hacia nuestro Salvador, Jesucristo. Tan solo a través de su sacrificio y resurrección, encontramos la promesa de consuelo eterno y paz en comunión con Dios.