(Propios de la misa) | |
INTROITO | Salmo 27:8-9; Salmo 27:1 |
EPÍSTOLA | Romanos 6:19-23 |
GRADUAL | Salmo 89:13; Salmo 89:1 |
ALELUYA | Salmo 30:2-3 |
EVANGELIO | Marcos 8:1-9 |
Reflexión dominical
En el Jardín del Edén, nuestros primeros padres recibieron comida gratuitamente de la mano amable de Dios, sin tener trabajo pesado (Génesis 2: 7–17). Pero después de la caída, la comida se recibiría solo a través del trabajo tortuoso y su con sudor. La maldición fue: «Comerás el pan con sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra…» (Génesis 3:19). En otras palabras, «Porque la paga del pecado es la muerte» (Romanos 6:23).
Pero en este mundo caído vino Jesús, el Mesías, para restaurar la creación. Teniendo compasión de las multitudes cansadas, renovó la generosidad del Edén al tercer día, otorgando libremente una abundancia de pan y peces a las 4.000 personas (Marcos 8:1-9). Así también, nuestro Señor Jesús, habiendo soportado en la cruz la carga de nuestros pecados, fue resucitado al tercer día para traernos de regreso al Paraíso y ofrecernos el pan de la inmortalidad en su Santa Eucaristía.
Cristo ahora milagrosamente convierte el pan de muerte en el Pan de Vida en el Sacramento de la Santa Cena, dándonos su cuerpo y sangre para perdón de todos tus pecados. Porque «el don de Dios es la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.» (Romanos 6:23).
Autor: Reverendo Mario Sánchez